En algún momento de sus vidas tres cubanos se cruzaron en el camino con Eleonora Duse. El primero, Emilio Bobadilla. La ve actuar en 1908, cuando interpreta Magda, de Suderman, en el Noveau-Theatre y aparte de no encontrar nada de particular en su físico con el que se ensaña (tez aceitunada, nariz roma, voz poco vibrante, boca grande y móvil), se pregunta incrédulo “¿Y esta es la famosa actriz tan ponderada por la prensa?” pero reincide y va a verla en La dama de las camelias para arremeter con una tesis gastada, esgrimida por la crítica en 1897, cuando se produjo su duelo con Sarah Bernhardt (la Duse vivió esa rivalidad como ejercicio, no competencia y se retó a sí misma con el repertorio de la Divina ). “¿Cómo se ha atrevido con las obras que consagraron a la Bernhardt?” escribe Fray Candil. ¿Por qué sonríe intempestiva cuando debe permanecer callada? Crónicas incluidas en su libro Muecas, no descarto que llegaran a La Habana en sus “A orillas del Sena.”
El segundo, el joven Alejo Carpentier. Cazador de ideas que gustaran a Antonio Quilez, director de Carteles, realiza en 1930 una “versión” de la biografía de E. H. Rheinhardt, “un relato conmovedor, tierno, pintoresco, amoroso, sentimental y trágico de esa vida ilustre” anunciado con mucha fanfarria. Carpentier elimina lo superfluo y la convierte en “esquemática y periodística”. Se publica por entregas en el último número del mes de agosto y en todo septiembre de ese año. El 24 de agosto, se publica su contenido: 1.-Infancia dolorosa y míseros principios de Eleonora Duse. II.-Primer amor de Eleonora Duse. El público no la acepta todavía. III.-Sus primeros triunfos. Su ·viaje a América. Su repertorio. IV .-Sus amores con Gabriel d' Annunzio. V.-El adiós de Gabriel d'Annunzio. Su vejez y su muerte.
Alguien que nunca escribió sobre la Duse, Virgilio Piñera, traduce al español Gloria perenne. Vida de la Duse y D’Annunzio, de Bertita Harding, para Hachette, Buenos Aires, en 1951. Traducción correcta y elegante de un texto que además de facilitar datos comprobados, esboza con mucha delicadeza, la enorme contradicción representada por D’Annunzio en la vida de la actriz: “el clavo sobre el que la actriz colgará su radiante inmortalidad”. Con inclinación marcada hacia ella, a su sinceridad y su talento, es una bio-historia, explica Domingo Rodríguez Romero, autor de los complementos (cronología, notas) que enriquecen su lectura en la reedición de Nortesur de Barcelona con el título Vida de la Duse y D’Annunzio.
La contribución de Carpentier suena a refrito, escrito para una revista que insiste con mucha frecuencia en los aspectos escandalosos de Duse desde 1921. La de Piñera, casi desconocida, es una de las pocas traducciones suyas vertidas directamente del inglés, idioma de su primera edición en Inglaterra. Dicho mal y pronto, todos esos encuentros los propicia el oficio remunerado más socorrido del escritor.
Eleonora llega tarde a Cuba, no en el declive de sus facultades porque esas la acompañaron hasta el final, pero sí por la manera convencional e indiferente de apreciar a una gran figura. Cuando arriba el 27 de enero de 1924 y el fotógrafo Vega la sorprende al descender del barco que la trae de Nueva York como una ciega apoyada en su lazarillo, la que apenas permitió fotografías, debuta así en la primera página de La Lucha. Apena y lastima que mientras los periódicos de la isla dedicaron a Teresa Mariani, Italia Vitaliani, Mimí Aguglia y tantas otras, rutilantes columnas e imágenes, a la Duse le regalaron una crónica «social» más preocupada por el arrobamiento del público que por el arte del actor. Cuando representa Espectros en el Teatro Nacional, la nota que sigue sobre La niña Lupe, zarzuela de Enrique Uhthoff con Esperanza Iris, es más larga y entusiasta que la que refiere la pieza de Ibsen. (Ya se sabe, Hedda Gabler fue reída en La Habana antes). Y no vale la pena referirse a la profesión. Mientras en el siglo XIX una jovencísima Luisa Martínez Casado embulla a sus colegas actrices para hacerle un homenaje a Giacinta Pezzana con una obra “en la lengua de Cervantes”, El Fígaro habanero, indignado por la noticia de que Duse se traladaría a Argentina porque allí recibiría una pensión, sostiene que no obstante estaba el teatro vacío,
“también en La Habana se la comprendió. Solo que aquí acudieron muy pocas personas a las tres noches magníficas. Ausente estuvo el numeroso público de comerciantes, industriales y mercaderes que en Nueva York pagaba satisfecho cincuenta esterlinas en oro por ver La dama del mar. Poco público asistió al Nacional. Y para esto, un público compuesto solamente de intelectuales, quienes, ya se sabe, acudían más bien al reclamo de la fama que a la inquietud estética.”
¿Qué fama? ¿O como diría José Antonio Ramos, ¿no se iba al teatro a ver la toilette de las señoras?
De su breve estancia para esa gira suicida, queda muy poco. La Duse fue en busca del calor, siempre temió el frío que lastimaba sus pulmones. La primera noche, el 29, interpreta Blanca Querceta de La porte chiusa, (La puerta cerrada) de Marco Praga, sobre un hijo que, en el hogar paterno, conoce que no vive con su padre y vive atormentado por cruzar la puerta de la tradición, los prejuicios y encarar el pasado. Elena Alving en Espectros, la segunda y el día 4, La ciudad muerta, de D’Annunzio, estrenada por la Bernhardt, pero «adoptada» por Eleonora que consulta con el autor los cambios que realizaría sobre el texto. Impedida por sus compromisos y vendido un abono de cuatro funciones, elimina Cosi sia, de Tomasso Gallarati y se marcha. Su corta temporada coexiste con la reaparición de Luz Gil en Del ambiente, de Arquímedes Pous en el Teatro Cubano –después de un reposo de quince días–, la siciliana Mimi Aguglia en el Martí a precios mucho más baratos y para colmo, la propaganda reiterada de la temporada de Margarita Xirgu, a comenzar al día siguiente de la partida de Eleonora.
Carpentier tiene una profunda memoria de la Duse. Escribe cómo adolescente fue a verla a la puerta de su hotel y la ve salir, envuelta en una toca y vestida de negro, “distante, ausente”. En el teatro, tras una primera impresión lamentable en su debut, apenas se oía su voz y parecía agotada, surgió un momento milagroso, resurgió la gran trágica, solo por unos segundos. Fue, dice, una de las grandes emociones de su existencia. Solo que La enemiga, de Darío Niccodemi, no se puso esa noche. A treinta años de esa experiencia imborrable, extrapola la pieza que seguramente vio interpretada por muchas actrices de habla hispana hasta los años cuarenta, cuando Mirta Aguirre se burla de La enemiga, como un «Freud niccodémico».
Margarita Xirgu sí inaugura su temporada con una obra de Niccodemi, L’Aigrette. Un abono de doce funciones, entre ellas, Benavente, quien por cierto escribió para María Palau, Los andrajos de la púrpura, con esta dedicatoria: "Desde el eternal seguro, en donde mora el espíritu de Eleonora Duse, habrá llegado hasta usted un mensaje, Salud, hermana, gracias”.
Cuando en la obra, recuerda Rafael Suárez Solís, “la ya vieja, gloriosa y mártir protagonista, recibe la proposición de un contrato, tentador económicamente, para actuar en Estados Unidos, lo rechaza con estas palabras: “ Yo no sería la misma para el público y el público no sería el mismo para mí. Antes de halagarme con su admiración, me ofendería con su curiosidad. Yo no sería ya la artista, sería la rareza de la feria, de circo americano. Me avergonzaría mostrarme al público en la desnudez de mis sentimientos más íntimos como me avergonzaría mostrarme en la desnudez de mi cuerpo”.
Eleonora no se avergonzó de su edad y no fue una rareza. Hizo la gira con la poca energía que le quedaba y murió en el escenario o tan cerca de él como cuando nació en Vigevano. Recibió honores en muchas ciudades de los Estados Unidos, entre ellas Nueva York, hasta que su cadáver regresó a Italia para quedarse en el cementerio de Asolo. ¡Partir, actuar! fueron sus últimas palabras. Es la actriz artífice, esculpe la obra con sus manos, modela el personaje con arcilla, no repite gestos o soluciones, se deja arrastrar por el texto de esa noche, la reacción de su compañero de escena ese día y en ese momento, así no sea la esperada o se ajuste a lo establecido. No habla antes de los estrenos, no hace concesiones, no escribe su biografía, el teatro para ella no es entretenimiento, su estilo es más bien sustracción y no suma, negación de afeites, postizos, maquillaje y amaneramientos. Vagabunda de todos los escenarios y fuera de órbita entre la mayoría de los intérpretes de su tiempo. ¿Entendida en Cuba en 1924?
Harding, Bertita. Vida de la Duse y D’Annunzio. Barcelona, Nortesur: 2008.
El Fígaro no. 3. “La resurrección de una estrella”. 20 de enero de 1924 . p. 45.
Carpentier, Alejo. “El recuerdo de la Duse”. Teatro. La Habana: Letras Cubanas, 1994. pp. 90-91.
Suárez Solís, Rafael. “En el centenario de Eleonora Duse”. Diario de la Marina. 14 de febrero de 1958.
El Fígaro no. 3. “La resurrección de una estrella”. 20 de enero de 1924 . p. 45.
Carpentier, Alejo. “El recuerdo de la Duse”. Teatro. La Habana: Letras Cubanas, 1994. pp. 90-91.
Suárez Solís, Rafael. “En el centenario de Eleonora Duse”. Diario de la Marina. 14 de febrero de 1958.